Supongamos que robo cien millones de euros y la pena es la
siguiente: si me pillan, tengo que devolver lo robado; si no, puedo disfrutar
de todo el botín. Está claro que, en este caso, robar no tiene ningún riesgo:
lo peor que me puede pasar es que me quede como estoy; pero, si me sale bien,
ganaré cien millones.
De esto se deduce que, cuando se descubre a alguien que ha
robado, la pena que hay que imponérsele debe ser superior a la cantidad que se
ha llevado. Desde el punto de vista estadístico, cuanto menor sea la probabilidad
de ser castigado, más grave debe ser el castigo, que siempre estará en
proporción con la cantidad sustraída. Alguien que se lleva diez millones y
tiene pocas probabilidades de ser descubierto no repara su delito si devuelve
lo robado, sino cuando paga cinco o diez veces más de lo robado o, si no puede
hacerlo, cuando paga en prisión durante muchos años el delito que ha cometido.
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