jueves, 15 de diciembre de 2011

La paradoja confiscatoria

 Cuando hablo de la presión fiscal en un país, me refiero a la proporción del Producto Interior Bruto que recauda el estado en forma de impuestos. Evidentemente, es un tanto por ciento: a largo plazo en insostenible recaudar más de lo que se produce porque habría que recurrir a los ahorros de los contribuyentes hasta que estos se agotaran.

Si la presión fiscal fuera cero, el estado no recaudaría nada. ¿Qué pasaría si fuera del 100%? Si el estado se lleva todo lo que produce cada ciudadano, hay pocos incentivos para producir. No es que haya ninguno: está el incentivo ético que es fuerte como prueba la pujanza del voluntariado. La enciclopedia más consultada del mundo, Wikipedia, ha sido construida por voluntarios. No obstante, es razonable suponer que, si la presión fiscal es del 100%, tampoco se produce nada porque ningún ciudadano gana nada produciendo.

Está claro que para presiones fiscales comprendidas entre el 0% y el 100% la recaudación es positiva. La curva de Laffer supone que la función que relaciona la recaudación total con la presión fiscal es continua y, como parte de cero y vuelve a cero tiene forma de campana con un solo máximo. Matemáticamente, nada dice que en lugar de uno, no pueda tener dos o tres máximos. No obstante, creo que la relación entre la recaudación y la presión fiscal tiene una discontinuidad en torno al 100%.

¿Una persona trabaja tantas horas como puede? La respuesta es no. En el siglo XIX, eran corrientes jornadas de catorce horas semanales seis días a la semana. Esto muestra que los seres humanos son capaces de trabajar muchas horas más de las que se trabaja en España. Si un ciudadano puede decidir cuántas horas trabaja, es raro que opte por trabajar el máximo de horas: no tiene sentido tener mucho dinero si careces de tiempo para disfrutarlo. La satisfacción que da el dinero crece en proporción al que ya ganas; la que da el tiempo libre también crece en proporción al tiempo libre que ya tienes: si tienes demasiado tiempo libre te aburres.

Las necesidades de una persona o una familia son relativas. Hoy en día nadie se conforma con tener un lugar donde dormir y algo que comer. Hay deseos como ver un partido de fútbol o disfrutar de un teléfono móvil que muchos consideran necesario satisfacer. Para una persona hay una renta mínima que considera imprescindible ganar. Por simplificar el razonamiento, vamos a suponer que la presión fiscal es la misma para todos los ciudadanos. Un trabajador no puede gastar todo lo que gana: tiene que pagar primero sus impuestos. Lo que le queda después de pagar estos es la renta disponible. Es con esta última con la que tiene que hacer frente a sus necesidades.

Hay gente que gana mucho dinero y puede permitirse el lujo de ahorrar; pero muchas familias viven al día: gastan más o menos todo lo que ganan. ¿Qué es lo que sucede si la presión fiscal aumenta? Que tendrán que trabajar más horas para hacer frente a sus necesidades. Es frecuente que, cuando en una familia falta dinero, algunos miembros de la familia busquen trabajo o pongan un negocio. Esto muestra que, cuando la presión fiscal aumenta, la actividad aumenta también.

Si suponemos que la renta de una persona es proporcional al número de horas que trabaja, el número de horas que tiene que trabajar es inversamente proporcional al porcentaje complementario de la presión fiscal. Pongamos un ejemplo práctico. Supongamos que la presión fiscal es del 60%. Si una persona necesita gana tres mil euros mensuales, pagará mil ochocientos euros de impuestos y hará frente a sus necesidades con mil doscientos euros. Si la presión fiscal aumenta al 80%, la persona sólo dispone de 600 euros para llegar a fin de mes. Por lo tanto, deberá trabajar más horas para ganar los mil doscientos euros que necesita cada mes, concretamente el doble.

Como la presión fiscal ha pasado de ser el 60% a ser el 80%, el porcentaje complementario de la presión fiscal ha pasado de ser el 40% a ser el 20%: al ser la mitad, la persona tiene que trabajar el doble de horas para ganar los mil doscientos euros que necesita cada mes. Esto muestra que conforme la presión fiscal aumenta la actividad aumenta también.

Por lo tanto, conforme la presión fiscal tiende al 100%, la actividad económica, la renta y la recaudación fiscal tienden a infinito.  Esto prueba que la función que relaciona la recaudación fiscal con la presión fiscal es discontinua en el punto 100%. Como la curva de Laffer está basada en una hipótesis falsa, no se cumple: esto está confirmado por la experiencia.
Dado que, cuando la presión fiscal es del 100%, el estado confisca todo lo que el ciudadano produce y es posible que este se niegue a producir, he titulado esta entrada "La paradoja confiscatoria". El ciudadano no produce nada para una presión fiscal del 100%; pero, si esta es inferior al 100%, la actividad del trabajador crece rápidamente conforme crece la presión fiscal.

jueves, 13 de octubre de 2011

Uno de los nuestros

Como socialista, creo en la solidaridad. Entiendo que somos solidarios cuando nos unimos con un fin. El pastor protestante Martin Niemöller en su poesía “Los nazis vinieron a por los comunistas” –erróneamente atribuida a Bertold Brecht- nos cuenta lo siguiente:

“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.”

Esto muestra que, si dejamos que ataquen a uno de los nuestros, acabarán con nosotros fácilmente.

Nosotros somos aquellos que luchamos por el socialismo. El socialismo es una asignación de los recursos de una nación que está justificada por ser la más adecuada para atender a las necesidades de la nación: su defensa, su persistencia en el futuro, su progreso científico y social… Naturalmente, una nación está hecha de personas –las que han luchado por construirla y nos han dejado, los que luchamos por hacerla progresar y los que nos sucederán en esta labor-. Estas personas no pueden desarrollar bien su labor si su salud no es buena; por eso, atender a su salud debe ser una de las primeras prioridades del Estado.

Es difícil que una persona que tiene que vivir en la calle y padecer el calor y el frío extremos y las inclemencias del tiempo pueda estar sana. De esto se deduce que un estado no puede considerarse socialista si no se preocupa de que cada familia tenga una vivienda. Puede que no sea posible construir un palacio para cada español; pero creo que una nación próspera como España puede darle a cada familia una vivienda digna. Construir viviendas y atender a los enfermos puede crear muchos puestos de trabajo.

El progreso científico, social y técnico de España es difícil si los españoles no reciben una formación suficiente o esta es tan cara que sólo la pueden pagar unos pocos. De cara a que todos los españoles tengan las mismas oportunidades,  el Estado debe proporcionar a cada español una educación que esté de acuerdo con su capacidad.

El mayor disgusto que puede llevarse un socialista es ver que los recursos que permitirían atender mejor a las necesidades de España y los españoles se los lleva un puñado de sinvergüenzas que utiliza sus cargos públicos para aumentar su patrimonio olvidándose de hacer una buena gestión. Si alguno de ellos dice que es socialista, miente.

martes, 9 de agosto de 2011

¿Empresas sin beneficios?

La teoría económica neoclásica sostiene que cuando las empresas compiten, no obtienen beneficios. El motivo es muy sencillo: si un mercado da beneficios otras empresas entrarán en él y compartirán la tarta. Los trozos se irán reduciendo progresivamente y al final sólo quedarán unas migajas.
No obstante, un negocio sin beneficios es un negocio sin alicientes. ¿Cómo se explica que existan empresas a pesar de esa teoría? En primer lugar, hay que considerar que el sueldo de aquel que dirige la empresa es uno de los costes. Si un profesional gana con un negocio lo suficiente para vivir y lo que gana es parecido a lo que ganaría en una empresa privada, en la práctica el negocio no tiene beneficios: lo que se lleva corresponde al sueldo que tendría.

 El segundo argumento consiste en atribuir un coste también al capital: las sumas invertidas en el negocio son susceptibles de ser invertidas en otras cosas: por ejemplo, bonos del estado. Esta es la mínima rentabilidad que se les puede pedir. Si los dividendos anuales que da la empresa coinciden con la rentabilidad que tendría este capital invertido en deuda pública no se puede decir que el que invierte esté ganando dinero. Por lo tanto, la remuneración del capital invertido también debe considerarse un coste.

El tercer argumento es el más demoledor: el modelo neoclásico es estático: no contempla la influencia del tiempo ni del azar. Dado que las inversiones suelen ser anteriores a las ventas y estas a los beneficios, considerar el tiempo es necesario. El azar también: una empresa es una apuesta es un negocio en el que se invierte dinero con la esperanza de ganar más. Si las expectativas de beneficios no compensan los riesgos, nadie invertiría. Por lo tanto, un negocio sólo será atractivo si ofrece grandes expectativas de beneficios: esta es la justificación estocástica de los beneficios.