domingo, 24 de marzo de 2013

El servicio de gobernar


Voy a definir una entidad como un conjunto de personas organizadas para perseguir un conjunto de fines comunes. Un estado se ajustaría a esta definición de entidad y también un equipo de futbol o una sociedad anónima. Al frente de una entidad suele haber una persona que coordina su actuación, como es el caso del presidente de una república o del equipo de fútbol. Siempre hay quienes quieren ahorrar dinero privándole de cualquier retribución. ¿Es esto sensato?

Hay muchos motivos por los que una persona puede ponerse al frente de una entidad: algunos  renuncian a una parte de su tiempo libre e incluso aportan dinero por luchar por un gran ideal; sin embargo lo más frecuente cuando alguien se pone al frente de una empresa es que piense en las ventajas económicas que esto conlleva. Cuando una entidad se niega a pagar a quien la dirige puede que encuentre una persona altruista (y rica) que esté dispuesta a perder mucho tiempo dirigiéndola. El tiempo tiene un coste de oportunidad: cuanto más tiempo dedique a esta entidad menos podrá dedicar a su trabajo remunerado o a sus negocios: o sea, que dirigir una entidad cuesta dinero y es tanto más caro cuanto más compleja es esta entidad. Quien piensa que una persona altruista dirigirá una entidad puede estar en lo cierto; pero muchas veces se equivoca.

Supongamos que a una persona sensata se le ofrece dirigir una entidad que le hará perder mucho tiempo e incluso le ayudará a encontrar nuevos enemigos. Lo más probable es que rechace la oferta. Si la entidad no encontrara dirigentes, la solución sería recompensarles con un buen sueldo para que la cosa cambiara. No obstante, las cosas no suelen suceder así: una entidad compleja suele tener también un gran presupuesto del que sus dirigentes pueden disponer. Puede que dirigirla honradamente carezca de alicientes; pero, cuando se piensa en lograr que una gran parte de este presupuesto termine en el patrimonio de quien la dirige, el puesto de gobernador de una entidad comienza a ser atractivo.

Las sociedades mercantiles se diferencian de las demás entidades porque su objetivo es conseguir maximizar su valor actual. El valor actual de una entidad es el precio que un inversor estaría dispuesto a pagarnos ahora por todos los beneficios que la entidad tendrá en el futuro. Los beneficios que se recibirán inmediatamente valen lo mismo que su valor nominal, pero, si un activo seguro nos da un 3% de interés anual, habrá que descontar este tres por ciento de los beneficios que recibiremos dentro de un año y lo mismo sucede con el resto de los beneficios futuros. También hemos de considerar la incertidumbre: no es posible conocer el valor exacto de los beneficios futuros ni los tipos de interés que debemos aplicar porque ambos están expuestos a fluctuaciones difíciles de predecir. En una empresa, los beneficios en un ejercicio son la diferencia entre sus ingresos y sus costes durante el mismo. Las sisas del gobernador suelen ir contra la cuenta de beneficios de dos maneras: por una parte aumenta sus costes y por otra reduce sus ingresos. El resultado es una merma de los beneficios.

En otras entidades, los fines son distintos: un estado debe gobernar su nación lo mejor posible, un equipo de fútbol procurar ganar las competiciones en las que participa... En cualquier caso, tienen un presupuesto al cual deben procurar ajustarse. La entidad tendrá superávit si los ingresos superan a los gastos y déficit en caso contrario. Si ingresos y gastos coinciden, nos encontraremos con un presupuesto equilibrado. El superávit ayuda a acumular un capital que permite hacer frente a imprevistos y a cubrir déficits futuros. Una entidad con déficit tendrá que emplear una parte de su presupuesto en pagar intereses.

Uno de los trucos para ganar dinero a costa de aumentar los costes suele ser sustituir proveedores eficientes por otros que pagan comisiones al gobernador de la entidad. Los que están dispuestos a pagar comisiones rara vez coinciden con los más eficientes y las comisiones no suelen pagarse reduciendo los beneficios del proveedor sino subiendo el precio de la provisión.  Suele suceder que quien paga comisiones sube tanto los precios de su mercancía que no sólo cubre los costes del soborno sino que también aumenta sustancialmente su beneficio. Los bienes suministrados suelen carecer de calidad: lo importante para el gobernador no son los intereses de la entidad sino su lucro personal. El gobernador honrado se preocupa por hacer lo mejor para la entidad y, en particular, por elegir la mejor oferta; este no es el caso del corrupto.

Otro de los resultados de la corrupción es una reducción de los ingresos. Un gestor honrado intenta conseguir el mejor precio por los bienes o servicios de la entidad;  pero el corrupto intenta lucrarse. Una forma de hacerlo es sustituir a los mejores compradores por otros que pagan menos; pero a cambio le pagan jugosas comisiones al corrupto: la entidad gana menos para que el corrupto gane más. El resultado es una reducción de los beneficios de la entidad y es frecuente que la entidad pase de ganar dinero a perderlo.
Creo que aquellos que no desean pagar por un servicio lo que quieren es ser servidos por esclavos. Todo servicio requiere un esfuerzo. Quien lo realiza no suele hacerlo porque prestar ese servicio le guste más que hacer otras cosas como ver una buena película o un partido de fútbol, sino porque le pagan por ello. También hay que considerar que muchas personas viven de lo que les pagan por su trabajo. Dejar de pagarles supone privarles de lo que necesitan para vivir u obligarles a vivir peor. El servicio que presta con más frecuencia una persona es trabajar para otra persona o para una entidad que puede ser una sociedad mercantil, una organización sin ánimo de lucro o el Estado.

En el caso de una sociedad mercantil, hay que considerar que su valor depende de quienes sean quienes la dirigen: una empresa bien administrada puede doblar su valor. Esto justifica que se pague bien a quienes la dirigen. Lo que sucede curiosamente suele ser lo contrario: hay empresas de gran tamaño que pueden permitirse el lujo de pagar grandes sueldos. A veces, estos atractivos grandes sueldos suelen ir a parar a aquellos que tienen la suficiente influencia en su consejo de administración y en su cúpula directiva para que les contraten: grandes accionistas, los parientes de estos y políticos y sus parientes. Con frecuencia son ineptos que reducen los beneficios de la compañía; pero cobran como si fueran ejecutivos capaces de doblar su valor.

En una gran compañía, no es prudente pagar mal a quienes la dirigen porque apartaría de sus órganos de dirección a las personas más capacitadas; pero, simultáneamente, hay que vigilar muy de cerca a quién se contrata.

No todos los servicios que usamos son prestados directamente por personas, generalmente recurrimos a una entidad para que nos preste ese servicio. Dado que esta prestación tiene un coste, esta entidad necesita cubrir de alguna manera sus costes. Los beneficios de una sociedad mercantil son la diferencia entre sus ingresos y sus costes. Dado que una sociedad mercantil se funda para ganar dinero, no pagar por sus servicios o no pagar lo suficiente supone provocar que esta pierda dinero y, a largo plazo, tenga que cerrar.
Gobernar una entidad es un servicio. En el caso del Estado, este servicio suelen prestarlo los partidos políticos: es el caso de los ayuntamientos, las comunidades autónomas y la Administración Central del Estado. Está claro que este servicio tiene un coste. ¿Cómo se debe cubrir? La doctrina más extendida sostiene que los militantes deben cubrir este coste mediante sus cuotas. Esto no es demasiado justo: el gobierno de un municipio es una necesidad de todos los que habitan el municipio, no solo de los militantes de los partidos que concurren a las elecciones. Obligar a estos el coste de sostener a las entidades que gobiernan es una injusticia. El Estado contribuye de distintas formas a mantener a los partidos políticos. No obstante, este artículo no pretende abordar el tema de la financiación de estos, sino una cuestión distinta: ¿quiénes pueden gobernar?

España es una monarquía constitucional. Al no ser una república, no se elige al jefe del estado y este hecho se mimetiza al resto de las instituciones. No hay un candidato a presidente del gobierno que un partido presente directamente a los ciudadanos: el Congreso de Diputados lo elige. De la misma forma, el ciudadano no vota directamente a un candidato a la presidencia de la comunidad autónoma, sino a la lista de un partido y, en el caso del ayuntamiento, sucede lo mismo. Generalmente se sabe quién será el candidato elegido si la lista obtiene la mayoría absoluta.

Observamos que en España quien concurre a las elecciones no son personas sino entidades que presentan unas listas. La cuestión es la siguiente: ¿conviene que estas entidades sean necesariamente partidos políticos formados por militantes? Al ciudadano lo que le interesa no es si las organizaciones que se presentan sean galgos o podencos, sino que presten un buen servicio. Creo que se debería abrir la posibilidad de que quienes concurrieran a las elecciones fueran sociedades mercantiles. Es posible que fueran más eficaces gobernando que los partidos políticos.

Un partido político está formado por militantes. Un idealista puede pensar que cada uno de ellos quiere lo mejor para su nación o, por ser más realista, que la fuerza resultante de todas sus voluntades es buscar lo mejor para la nación. Cuando la teoría económica piensa en un consumidor, piensa en alguien que elige lo mejor para él; cuando analiza la actuación de una empresa postula que actúa buscando que el valor actualizado de sus beneficios sea máximo. Creo que lo más realista en pensar que los militantes de un partido buscan también lo mejor para ellos: a muchos de ellos les gustaría que el partido les proporcionara un trabajo lo mejor remunerado posible y los que ocupan puestos de responsabilidad muchas veces piensan más en llevarse el dinero de la entidad que administran a casa que en hacer una buena gestión.
Los ciudadanos tienen derecho a defenderse contra el apetito de los políticos. Una forma de hacerlo es establecer por ley cuánto puede cobrar un político cuando desarrolla un cargo público y prohibir expresamente que este fije su propio sueldo. Imagine que le ponen delante de un maletín donde hay un millón de euros y le piden que decida cuánto quiere coger. Pues resulta que en muchos ayuntamientos hay mucho más dinero.

Naturalmente, el sueldo de un político debe fijarse en proporción con la importancia de su cargo. En el caso de los municipios, hay que considerar el número de habitantes y el presupuesto del municipio en cuestión. No soy partidario en absoluto de pagar mal a un político: hacerlo disuade de concurrir a las elecciones a las personas más capacitadas y fomenta que aparezcan listas formadas por aves de rapiña que no piensan en cuánto se les paga legalmente, sino que piensen que proporción del presupuesto de la entidad pueden llevarse a casa utilizado diversos tipos de estafas.

Cuando se habla de obras públicas, se escucha hablar de comisiones que pueden suponer un 10% del presupuesto o incluso más. Es más difícil robar de otras partidas como, por ejemplo, los gastos de personal; pero, donde hay un concurso, siempre puede aparecer la corrupción. Pagar a los que gobiernan un municipio un 1% de su presupuesto no es una mala idea: atrae a personas que pueden hacerlo bien para que compitan por el puesto con las aves de rapiña que puede haber en otras listas. El 1% del presupuesto puede ser un sueldo poco competitivo en municipios pequeños. Esto muestra la necesidad de establecer un sueldo mínimo en este tipo de municipios.

Cuando una empresa no vende su producto no cobra por él: han apostado por un producto sin éxito y se han equivocado. Esto muestra que la empresa asume un riesgo. Es absurdo pensar que el Estado tiene que subvencionar todo aquello que se produce: esto llevaría a producir cosas sin utilidad y a ponerles precios absurdamente altos.

Con un partido pasa lo mismo: carece de sentido subvencionar a todos los partidos, ya que esto conduciría a que cualquiera que quisiera hacer una propuesta política absurda o ineficiente recibiera una subvención pública. No obstante, quienes apuestan por el caballo ganador merecen una recompensa: si aquellos que elaboran las mejores propuestas políticas son recompensados, muchos ciudadanos se unirán para fundar partidos políticos e invertirán su tiempo y su dinero en estudiar elaborando propuestas políticas. Por lo tanto, los partidos que concurren para gobernar una entidad merecen una recompensa cuando su propuesta es apoyada.

Por ejemplo, los partidos que consiguen tener diputados en el Congreso, no sólo merecen que sus diputados tengan un buen sueldo, sino también que el partido tenga una generosa subvención que cubra sus costes si estos son razonables y le proporcione algún beneficio: esto será un atractivo para que los partidos ajusten sus programas y su actuación a los intereses sociales.