jueves, 8 de marzo de 2012

El precio del arte

Pagar por la música o las películas que se descargan por Internet irrita a muchos internautas. Sorprendentemente proponen lo siguiente: “El arte debe ser gratuito.” A mi entender, esta idea es absurda. Una obra de arte, como es el caso de una película o una canción es el resultado de un esfuerzo que suele ser muy caro y reúne el trabajo de muchas personas. Pedir que estos trabajos se distribuyan siempre gratuitamente implica no pagar a quienes los han realizado. Quienes elaboran obras de arte están sirviendo a la comunidad. Pretender no pagarles equivale a querer ser servido por esclavos.

Hay que considerar otro factor: el arte no es sólo el resultado del trabajo de una persona o un grupo de ellas sino que también hay que aportar otros recursos. Por ejemplo, el pintor debe pagar por el lienzo, los pinceles y los colores al óleo con los que pinta. Los economistas suelen llamar “capital” a este tipo de recursos. Si alguien invierte un capital, lo mínimo a lo que aspira es a recuperarlo. Si tiene que regalar sus obras o sus reproducciones, está claro que no lo logra.

Llegamos a la conclusión de que hay que pagar por el arte. Quienes elaboran el arte son trabajadores y merecen que se les pague por su trabajo. Quienes aportan dinero a las empresas que producen arte son inversores y merecen una rentabilidad que compense su inversión y los riesgos que asumen al hacerla. La cuestión es, ¿cuál debe ser este precio? Mientras el creador –que puede ser una persona o una entidad- exista, será él quien ponga el precio de su obra negándose a aceptar un precio inferior. No obstante, si no vende su obra a ese precio, puede que tenga que revisar su actitud. Obras de arte que hoy valen millones de euros, tuvieron que ser vendidas a precios ridículos cuando su autor estaba vivo. Van Gogh vivió en la miseria aunque su obra vale hoy mucho dinero. Una de las causas de su amargura fue el rechazo de las mujeres a las que realmente amó –nunca las conoceremos a todas- y seguramente su pobreza tuvo algo que ver.

Algunos creen que el sufrimiento produce mejores artistas. Yo veo la cosa de otra manera: quienes optan por una vida fácil, puede que consigan llegar sin dificultades a fin de mes y disfrutar de comodidades; pero una gran obra de arte requiere de una gran inversión, sobre todo de tiempo. Si el artista no es rico, se ve obligado a colocar en ella todo lo que tiene y el resultado es la pobreza y la amargura: la vida del artista sin éxito puede ser muy dura. No creo que el sufrimiento produzca buenos artistas, sino que quienes intentan serlo suelen sufrir mucho.

Lo más frecuente es que el precio de la obra de arte lo establezca el mercado. La teoría económica neoclásica nos habla de un mercado donde concurren oferta y demanda y que fija el precio y la cantidad que se pondrá en venta en el punto donde se cortan la curva de oferta y la de demanda. No es lo que se suele ver en la práctica: los precios de los discos suelen ser más o menos los mismos para todos los artistas aunque estos álbumes no se vendan. Tampoco el precio de las entradas al cine o de los DVD suele ser muy distinto para los más demandados.

Parece que en el mercado de las obras de arte que se pueden reproducir –no es el caso de las pinturas-, los buenos artistas se distinguen de los demás por vender más obras no por venderlas a un precio distinto.

A veces, encontramos en algunas tiendas como “El Corte Inglés” o en muchas tiendas de discos que ya han desaparecido, ofertas especiales donde los álbumes que menos se venden se ponen más baratos.

Creo que en la práctica, los proveedores de álbumes, canciones o películas se ponen más o menos de acuerdo para fijar el precio de estas obras. El fruto de estos acuerdos suelen ser precios bastante altos. Las descargas gratuitas de obras de arte no son la forma de acabar con estos precios tan altos. Una descarga gratuita no autorizada es una infracción de la ley y también un perjuicio a sus autores –que han invertido en ella su dinero, su trabajo y su tiempo-. Si apreciamos el arte, debemos recompensar a quienes lo construyen; si apreciamos el buen arte, debemos recompensar a quienes se esfuerzan en que su obra tenga calidad.

Una descarga gratuita puede ser legal para aquellas obras en las que los derechos de autor se hayan extinguido aunque también puede suceder que el que mantiene el servidor y el sitio web donde se encuentra la obra quiera cobrar un precio justo por este servicio. También es posible que algunos autores permitan la descarga gratuita de sus obras; pero hay que distinguir entre la descarga permitida y la descarga gratuita que se realiza contra la voluntad del autor.

Llegamos a la conclusión de que Internet puede ser un buen medio para difundir obras de arte como canciones o películas; pero que hay que cobrar por ellas. La cuestión que queda pendiente es cómo evitar que los precios de actuar conforme a la ley sean tan altos que inclinen a la mayoría de la gente a apostar por la descarga ilegal. Está claro que precios altos para las descargas legales empujan a la gente a realizar descargas ilegales.

La descarga legal debe cultivarse para combatir la descarga ilegal y vencerla. Ofrecer precios competitivos es lo más obvio; pero hay que tomar otras medidas. Las grabaciones que se ofrezcan deben ser de calidad. Otra medida importante que la informática facilita es ayudar al usuario a encontrar la obra que busca –no siempre es fácil-.

Tal vez la Unión Europa, el gobierno federal de Estados Unidos o algún organismo de las Naciones Unidas podrían arbitrar algún precio asequible para la mayor parte del género humano que permita comprar estas obras sin realizar un esfuerzo económico desproporcionado. Creo que cuando hay pocos proveedores que ofrecen servicios muy semejantes es fácil que sus precios se acerquen y les proporcionen unos beneficios desproporcionados. Arbitrar unos precios protegiendo los intereses de los consumidores; pero también de quienes producen obras de arte parece la mejor solución.

Probablemente, en este caso el mercado será quien generará la solución al problema. Sitios web que ofrezcan grabaciones bien ordenadas a un precio asequible y, algunas veces, gratuito –por voluntad de sus autores; para atraer clientes o porque los derechos de autor de la obra se han extinguido-, serán probablemente los que mejor combatan las descargas ilegales.

Dada la miseria que hay en el mundo, un céntimo por canción me parece un precio más justo que un euro o un dólar por canción, aunque la solución correcta está en una cantidad que esté entre las dos citadas –curiosamente, los precios en dólares y en euros suelen coincidir en muchos productos modernos-. Cuando pensamos que una canción o una película es cara, consideramos la renta media occidental; pero en el Tercer Mundo los ingresos son todavía más bajos. Comprar música o películas a estos precios es imposible. Dado que Internet abarca todo el mundo, si en estos países hay precios especiales, los consumidores occidentales preferirán comprar en ellos sus productos.